Imaginemos de una vez que se cumple la profecía. No
cualquier profecía; más bien nos instalamos en los linderos de una que fue
olvidada por los economistas y planificadores, conocida como la Teoría de los Picos de Hubbert
y estamos pensando qué pasaría si la cruzamos con el llamado
“optimismo-pesimista” de Edgar Morín. ¿De todo esto que saldría?
A finales de los años 60, se puso de moda la tesis del
economista norteamericano que predecía el agotamiento del petróleo como
principal fuente de abastecimiento energético mundial. Hubbert aseguraba que
manejando y proyectando los datos del momento sobre los niveles de consumo de
energía, las reservas de petróleo de EEUU se acabarían, y las del resto del
mundo lo harían hacia el 2037. Para Hubbert, es necesario abandonar cuanto
antes la cultura del crecimiento sobre la base del consumo de energía fósil. De
seguir así, las fuentes se harían cada vez más escasas, difíciles de extraer y
en consecuencia más caras. Haciendo inútil la expectativa de crecimiento dentro
del actual modelo de desarrollo.
Ahora la otra: Morín asegura que la crisis medio
ambiental se incrementa por dos, cada vez que aumentamos el consumo energético
en aproximadamente unos cinco millones de barriles diarios. Lo que presiona a
su vez los precios y el consumo, al tiempo que hace obsoleta e inviable, por
costosa, contaminante y redundante a la tecnología dominante. Abundemos. Todo
parece indicar que estas líneas proféticas ya se cruzan. Por un lado, crisis energética
y de crecimiento, aliñada con crisis económica financiera; y por el otro lado
recalentamiento global, oscurecimiento de la tierra y todo lo demás cabalgando
a sus anchas como un espectro amenazador, al punto que muchos de los
especialistas y científicos del ambiente más optimistas dicen que ya estamos a
punto de cruzar la línea, el umbral de no retorno.
Imaginemos ahora, por un momento-y luego sacudimos la
cabeza para alejar pensamientos malos-, que el Krakatoa, el Etna u otro volcán
caprichosamente estalla. Recordemos que en 1841 eructó el Krakatoa y por siete
días oscureció al sol, bajando la temperatura global en dos grados. ¿Qué
ocurriría hoy con las actuales bajas temperaturas que ya se están presentando
en Europa, Asia y Norte América? Sin ser apocalíptico, créanme, me anima el más
entusiasta optimismo. Llegamos al llegadero -que los expertos llaman disyuntiva
histórica-: Socialismo o barbarie. La tierra, el ambiente, los maya, se
convirtieron en tema. El papel del científico y del político, dijera Weber, es
reconocer la falla, el punto de quiebre; leer la irrupción, reconocer la
emergencia cuándo salta una época; en qué momento cambiar de lectura de los
procesos y los movimientos. La imagen de Marx, el topo, me viene a la mente
como metáfora, para definir el propósito de una transformación urgente. Un
bichito miope pero con gran olfato, capaz de oler los tiempos de lluvia y
turbulencia para ponerlos al servicio de su planificación. Cuenta con gran
paciencia, una tenacidad que raya en la obstinación. Cava y socava y cuando
menos se le espera sube a la superficie para ver el sol. Yo soy miope, pero
esto no me impide ver que los tiempos que corren son anunciadores, cuál
trompeta de arcángeles, de la naturaleza y de los cambios revolucionarios
necesarios para la transformación planetaria. Es tiempo de temporal, tiempo de
no tiempo, es decir, de uno nuevo que ya llega y se anuncia. Momento de actuar
y de transformar salvando a la madre tierra. Momento para estar preocupados, y
obstinadamente luchando por un nuevo devenir ecológico y que de alguna forma de
una manera de vivir distinto y también alegres. Como dice el Maestro Morin;
ante la catástrofe en cadena que persiste, exista también la posibilidad de una
cambio de rumbo en el planeta, así como ya lo enuncia y practica nuestra
hermosa revolución bolivariana.
Juan Barreto